Para todas las escolapias Olesa es “tierra sagrada”. Es un lugar carismático, teológico. Atrae y se estremece el corazón cuando te vas acercando allí sólo con divisar la montaña de Montserrat. Pisar los lugares que pisó Madre Paula, acercarte a su celda, entrar en la iglesia que guarda sus restos, salir al jardín y ver el granado que ella plantó, viejo y retorcido pero plagado de frutos, o la palmera que también ella cultivó, esa palmera que mientras pudo se estiraba hacia el cielo abriendo bien sus hojas como queriendo abrazar al Absoluto, y que ahora, seca ya, se ha convertido en asiento para ofrecer descanso al cansado… Todo allí es símbolo, lenguaje callado que habla al corazón sensible que busca el camino de Paula para seguir a Jesús con la misma fidelidad que lo hizo ella.
Dolores Pérez dice de Olesa: “Es un entorno “absolutamente icónico” para las escolapias. Este espacio es la explicación contundente de un mensaje, la proclamación inequívoca de un camino, la ruta imprescindible para una llegada cierta a la verdadera meta, y la espléndida realidad de un ENCUENTRO. En este lugar, despojada de todo, Paula Montal se entregó sin reservas al Señor”. “Olesa es un lugar teológico para las escolapias si nos atrevemos a experimentar y peregrinar por el camino marcado a golpe de descenso, pobreza, pequeñez, limitación, desasimiento y… respuesta enamorada del Señor. Es el escenario real de una historia de amor, la de Paula, ciertamente, pero la de todo el que, con su mismo desprendimiento y entrega, puede ser protagonista de la historia de amor a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús”.
Hacer Ejercicios Espirituales en Olesa es correr el riesgo de ponerte a tiro de Dios como lo hacía ella, y como ella abrir el corazón al amor. Correr el riesgo de que Dios renueve la propia fidelidad. Algo así ocurrió en Ejercicios. Centrar la vida en el corazón más que en la mente, y dejar que el Espíritu amase los propios sentimientos con los sentimientos de Jesús, con los sentimientos de Paula. Experimentar la propia pobreza, la limitación, el egoísmo y el amor, la confianza y la desilusión, el desánimo y la esperanza, el despojo… No es extraño que al final de las seis jornadas nuestro corazón estallara en gozo, contagio de aquel gozo de Paula que era tan visible para sus hermanas y sus alumnas.
Cada una podríamos expresar el momento, el rincón, el mensaje que tocó el alma. Como grupo resaltamos la eucaristía y la liturgia celebrada allí, bien pegadas a su celda. O la meditación de “El sueño de Jesús. La fraternidad” sentadas en la Mesa que ella mandó construir para el comedor. O la reflexión de “Con sólo la humildad y la obediencia” después de aquella otra “Del egoísmo a la oblatividad” en la que contemplábamos la fidelidad del Crucificado”. O la presencia de María de forma permanente y tan explícita al comenzar los Ejercicios y en la oración de medio día. O tal vez la Adoración del Santísimo en el altar en el que reposan sus restos y que cerraba y ratificaba lo vivido allí en Olesa.
La comunidad de Olesa se desbordó en acogida y detalles. Las chicas que ayudan en casa con una calidad humana y profesional excelentes. La última tarde, después de compartir lo que habíamos vivido sentadas en la Mesa, nos sorprendieron con chocolate y bizcochos. Era Anna la que repetía el gesto de Madre Paula como buena hija suya. Os aseguro que el chocolate degustado en la amistad que crea la Mesa sabe distinto, sí “a gloria”. A fraternidad. Y como colofón un recuerdo. Una granada para llevar a casa, verde sí, pero sus granos son promesas de esperanza.
Olesa, lugar de ENCUENTRO. Queremos volver. Así lo expresamos. Mientras tanto hemos de caminar los pasos cortos de la vida de cada día, como lo hizo Paula, en esa relación esponsal con el “Amado Esposo de nuestras almas” en la que tanto insistimos. Y en respuesta humilde y fiel. Esa será la auténtica plenitud de nuestra vida de la que se desprende el gozo que contagia y genera esperanza.
Una acción de gracias inmensa a Dios y a cada una por la acogida de su amor que crea vínculos profundos de cercanía y fraternidad. Gracias.
María Alegría Junquera Gallego, escolapia